Adorar a Dios es la actividad más noble, elevada e importante que el ser humano puede realizar. Hemos sido creados y salvados para ser adoradores.
El verdadero amor a Dios implica entrega absoluta. El Señor nos enseñó que para amarle hay que hacerlo con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (Mt 22:37).
Así pues, la adoración genuina implica la entrega de todo lo que somos como una ofrenda de amor.
La adoración nos cuesta algo, ¡implica una renuncia a mis derechos y deseos para que yo me pueda encontrar con el deseo de Dios de ser alabado!
La adoración es un sacrificio, el cual es diferente para cada uno de sus hijos. Al final, nuestra verdadera adoración a Dios nos cuesta más que nuestros dones y talentos. Nuestra verdadera adoración nos cuesta nuestra vida.
Así pues, la adoración debe estar centrada en Dios y en la obra suprema de Cristo en la cruz.
La adoración que no involucra nuestro servicio a Dios no es verdadera. Hacerlo bien implica la entrega a Dios de nuestras energías, tiempo, trabajo, lealtad, amor, todo cuanto somos y tenemos.
La adoración nos transforma y nos prepara para la vida eterna.
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